miércoles, 9 de febrero de 2005

Lo que la pasión por un deporte te hace escribir...

Llegó el día: 11 de diciembre de 2004; las 5 y media de la tarde. Llegamos al estadio del Tecnológico de Monterrey, en la mismísima Sultana del Norte, con una incertidumbre de aquellas que te obligan a mirar a todos lados en busca de otro compañero de afición... búsqueda que, de vez en cuando, se distraía de su objetivo principal al observar por aquí y por allá la belleza femenina de aquella hermosa ciudad.

-Si el partido está definido 10 minutos antes de terminar, nos vemos en el carro a las 8- me había dicho Don Gonzalo, el amigo de mi tío Jorge, quien tenía que entrar por una puerta diferente que nosotros, pues él tenía boleto General, y que por cierto, era rayado (él, no el boleto... porque luego no los aceptan...).

Así las cosas, entramos sólo nosotros dos: mi pasión puma y yo, por la puerta 10, donde nos repartieron una especie de paliacate blanco con la leyenda "Vamos Monterrey", además de un paquetito para inflar dos "...", de esos tubos largos de plástico que sirven para aplaudir más ensordecedoramente, aunque yo ya tenía otros dos que me había dado una lindísima edecán de un conocido periódico.

Subimos varios pisos, con el temor de ser descubiertos por algún fanático rayado en estado de ebriedad, pero luego pensamos que era muy temprano para que alguien estuviese en dicha situación. De pronto, nos detuvimos un instante... sólo para admirar el paso de una hermosa regia de unos 20 años, o al menos así calculó mi sugestionada mente en esos instantes.

Y finalmente llegamos. No teníamos idea de cuál era la Fila DD ni el asiento 12, así que preguntamos a alguien que parecía sí conocer, y no nos equivocamos. Tomamos asiento y observamos una enorme multitud azul marino a nuestro alrededor, esperando ingenuamente ver algún destello color oro, el cual llegó silenciosamente y sin hacer mucha revuelta por ahí de las 6. Era un joven que portaba, nada más y nada menos que un jersey de los Pumas de hace varias temporadas, debajo de la conocida chamarra azul y oro de la UNAM... qué valor. Se sentó dos filas debajo de mí. "Por mi raza hablará el espíritu", leí unas cinco o seis veces mientras esperaba la gloriosa llegada de algún otro colega, pero en su lugar llegó para sentarse a mi lado derecho un joven aficionado de los rayados que, apenas se instaló, comenzó a inflar sus aplaudidores, se puso el paliacate en el brazo y comenzó a cantar acorde al resto de los espectadores: "Monterrey, Monterrey" una y otra vez, hasta que mi pasión puma y yo, sentimos que corríamos peligro si el resultado nos favorecía al término de los 90 minutos que estábamos por presenciar. Pero no nos importó, pues faltaban escasos 30 minutos para que diera inicio el juego que fue motivo para hacer un viaje de 7 horas y media en autobús.

Fue justo en ese momento cuando jugadores y cuerpo técnico visitantes salieron a visitar la cancha, en medio de abucheos y saludos a la familia. Nosotros estábamos distraídos viendo cómo el "Chino" servía cervezas a diestra y siniestra, hasta que oímos a una multitud cercana gritar: "¡Acá, acá! ¡Sí la llegas!" Volteamos al campo y vimos cómo regalaban a la tribuna un sinnúmero de balones, encendedores (ahí te encargo unos descalabrados), playeras y cualquier cantidad de artículos publicitarios de los patrocinadores (por cierto, mis respetos para una conocida marca de refacciones para automóvil: ¡¿Dónde las consiguen?! ¡Yo quiero una de esas para llevar!). "No la llega", dijimos en voz baja... ¿Y qué creen? No la llegó. Así que mejor nos dispusimos a observar de manera casi babeante a quien tal vez sirviera de inspiración para Mr. Woo, el oriental de las miles de dominadas con el balón. Después de meditarlo por unos minutos, llegamos a la conclusión de que, sin duda, el mexicano es mucho mejor; sólo le faltaba algo: atención, porque todo mundo estaba al acecho de un obsequio que cayera milagrosamente a ese lugar de la tribuna. Y es que si "a la gorra ni quién le corra", pues a los balones mucho menos. Alguien pareció animarse a patear un balón hasta donde estábamos nosotros... ¿Y qué creen? Éste sí llegó, y cayó exactamente en medio de mi colega de la UNAM y un aficionado rayado (de la cara también)... no vamos a entrar en más detalles... creo que es obvio que ningún balón es más bonito que tu propia vida, así que el "unamita" decidió dejarlo por la paz y otorgarle el balón, además de una felicitación de manos al rayado.

Hasta el momento, todo bien. Mucha cerveza, mucho canto, mucho brinco, cero violencia y quince minutos para empezar el juego. Ambos equipos ya estaban en los vestidores, concéntrandose para el "ahora o nunca", mientras el sonido local no paraba de repetir dos frases que volvían loco al público: "Esta es nuestra casa y aquí nadie nos gana" y "sigamos tomando la cerveza _____" (Favor de sustituir el espacio en blanco con aquello que reparte el cartero). 18:55 Cuatro niños con la bandera amarilla de FIFA Fair Play salen a la cancha, seguidos de Armando Archundia, los abanderados, el cuarto ofical y los dos contrincantes de esa noche, ante la euforia indescriptible de todo el público. Para esos instantes, la zona en la que nos encontrábamos estaba ya completamente llena, a excepción del asiento a nuestro lado izquierdo, pues a la derecha se encontraba el joven de quien les platiqué, quien junto con los otros miles de rayados no paraba de gritar a favor de su equipo. Fue ahí, justo ahí cuando decidimos que tendría que quedarme solo, y mantener mi pasión puma en silencio, oculta de los demás.

Se dijo la alineación de ambos equipos, por supuesto, cada rayado seguido de una ovación: Christian Martínez, Pierre Ibarra, Ismael Rodríguez, Pablo Rotchen, Paulo Serafín, Ernesto Serrato, Argemiro Veiga, “Luisito” Pérez, “Cabrito” Arellano, “Alvin” Pérez, “Guille” Franco. Y como era de esperarse, cada auriazul seguido de un abucheo: Sergio Bernal, Israel Castro, Joaquín Beltrán, Darío Verón, Gonzalo Pineda, Leandro Augusto, Gerardo Galindo, Ismael Iñiguez, “Jimmy” Lozano, Joaquín Botero, “Kikín” Fonseca.

Consideré extraño y sumamente irrespetuoso que se sustituyera el Himno Nacional Mexicano por el de Monterrey. Pero a la gente pareció no importarle, pues estaba cada vez más inmersa en ese espectacular ambiente, y convencida tal vez de que esa noche celebrarían en casa su tercera estrella. Ambos equipos, con todo y técnico, se reúnen en su campo para decir las últimas palabras de motivación. Miguel “Piojo” Herrera alienta a sus muchachos mientras dos trabajadores de la televisora ponen un micrófono cerca de aquellos. Cuando intentan hacer lo mismo con los pumas, son corridos inmediatamente por Hugo Sánchez. Es obvio: quiere toda la presión sobre él, que dejen a sus pupilos jugar fútbol.

Y el partido comenzó. Pumas se replegó en su propia zona, tratando de esperar a Monterrey y ver qué armas tenían. La ofensiva no se hizo esperar, pero Franco y Arellano perdonaron jugadas que fueron clave. Y así fue todo el primer tiempo, con Bernal que contagiaba seguridad, con Castro que aprendía de la barrera impenetrable que para el Guille fue Beltrán y del siempre férreo defensor Verón que fue pintado de amarillo fosforescente junto con Rotchen por mutuos jalones de camiseta. Galindo haciendo bien su tarea de reventar todos los balones, Leandro con el tiempo exacto en cada jugada, Lozano siempre fino en su toque, Kikín más como mediocampista que como delantero y Pineda que parecía tener 10 años jugando profesionalmente, supieron contener a Pérez, Veiga, Serafín, Alvin y todo aquel que intentó llegar al área puma. Por su parte, Botero e Iñiguez mantienen ocupada a la zaga local, haciendo ver como niños de primaria (sin ofender) a portero y compañía. Iñiguez perdonó: la estrelló en el poste; Verón tuvo una similar: y le salió lo defensivo, pues ni a la portería le atinó. Hugo se quita el saco y protesta cada vez que puede, llevándose los insultos del público en general. Eso le llena, le hace sentirse observado, razón por la que en un balón que llega botando hacia él, domina 1, 2, 3, arriba, se dobla hacia delante y mantiene el balón estático sobre su espalda hasta que lo deja caer hacia atrás para golpearlo de taquito por encima de él… mis respetos.

El primer tiempo terminó, y a la vez comenzó la desesperación e incertidumbre de varios seguidores rayados. El estadio no enmudeció, pero no era el mismo; los regios estaban demasiado ocupados considerando un final no tan feliz como una posibilidad, y sólo volvían en sus cinco sentidos cuando era necesario opacar los “Goyas” de la Rebel. El ánimo regresó al Tec. La luz se apagó para abrir paso al espectáculo de medio tiempo, que con un sinnúmero de colores y sonidos envolventes, producidos por los juegos pirotécnicos, le devolvió la vida a la gente. Menos mal.

En un abrir y cerrar de ojos, ya hay de nuevo 23 personas dentro del campo de juego. El siempre menos estimado de todos da inicio al segundo tiempo. Monterrey debe ir con todo. No han pasado ni dos minutos, recuperación puma, hay presión fuera del área local, un rebote, la toma Kikín, dispara, ¡gol! ¿Dije gol? ¡Golazo! Martínez se lanzó media hora después, tiempo suficiente para que el estadio enmudeciera casi por completo, pues La Adicción nunca lo hizo. El colega puma delante de mí da un salto de alegría; segundos después, reacciona y mantiene la cordura. Por mi parte, no puedo hacer más que llevarme el intento de paliacate a cubrirme la cara y derramar una lágrima de felicidad, euforia, alegría, una lágrima que adentro traía escrita la palabra GOL, grito que tuve que contener por mi propio bienestar. Acto seguido, miro el reloj. Minutos después, el estadio entero reacciona cual juguete con batería nueva y se dispone a alentar a su equipo que ahora necesita dos goles para llevar el juego a tiempos extra. Yo: miro el reloj. Los instantes pasan, los minutos se hacen segundos para los rayados que ven escaparse la oportunidad del tercer título. Para mí, cada minuto es eterno, y por lo tanto, miro el reloj… otra vez. La defensa puma sigue siendo una muralla, y Hugo Sánchez sabe que el quinto título, segundo consecutivo, está cerca. Sabe que es cuestión de minutos para ser el único equipo bicampeón en torneos cortos del fútbol mexicano. Yo también lo sé, y por eso, miro el reloj… sí, una vez más. Monterrey está completamente volcado al frente, Pumas claramente al contrataque, Botero ya perdonó dos clarísimas, Iñiguez otra y Lozano una más. El Alvin Pérez conecta un cabezazo que da en el poste y acaricia toda la línea de la portería de Bernal y ¡no entra! El Guille intenta una chilena que no fue efectiva más que para la foto… y esa fue la historia del partido… Monterrey sin mucha idea para atacar, y Pumas con toda la idea de que sólo debían aguantar unos minutos para alzar la copa una vez más. Minutos más tarde, miro el reloj por enésima ocasión, esperando que Archundia determine el final de mi sufrimiento y el de los demás aficionados pumas. Estoy titiritando; tal vez el frío, quizás la emoción, o incluso el sentimiento del triunfo a la vuelta de… las manecillas.

Creo que fue algo así como: “piiiiiiiip, pipiiiiiiiiiiip” lo que escucharon mis oídos, la verdad no lo puedo describir. Lo que sí puedo decir es que la emoción por dentro era tan grande, tan fuerte… tan obvia… tanto así que el de al lado me dijo: “felicidades”, en un tono de desilusión para él, pero que significó mucho para mí; el atrevimiento de un contrario a reconocer la derrota y felicitar a quien no puede expresar a viva voz su emoción por el triunfo. Un incógnito saca de su chamarra la playera de pumas, hecha bola, pero al fin azul y oro. El otro recibe un insulto de un fanático en claro estado de ebriedad y cólera, y tiene que irse entre abucheos y gritos ardidos de “¡no sirven, ratoneros!”. Yo sabía que no podría perderme el recibimiento de la copa, la celebración, el festejo con la porra, así que hice caso omiso a la recomendación de Don Gonzalo y me quedé ahí hasta que todo eso terminó. Con ojos llorosos de felicidad y observando a dos regios pelear por que uno le tiró la cerveza al otro, busqué la salida.

-Pueden quedarse ahí y festejar todo lo que quieran a ver quién los pela- eran las sabias palabras de un padre a su hijo. Mi contestación en mente fue “la mismísima Rebel”, pero me remití a mostrar una sonrisa irónica, digna de mí.

Suena el teléfono.

-¿Te perdiste?- dice Don Gonzalo.
-No, voy bajando, en 3 minutos llego al carro-. Me apresuro y en mi caminata acelerada mis ojos buscan una camisa puma, alguien con quien festejar, alguien a quien abrazar y decir “¡Bicampeones!”… Mi búsqueda fue en vano.

De pronto, he llegado al carro. Estoy a unas cuantas cuadras del campo de batalla de la cual fui sólo un espectador, un espectador que esa noche sí vio ganar al fútbol. En el camino de regreso, no paro de recibir mensajes de felicitación en mi teléfono celular, provenientes de aquellos que conocen mi pasión por este equipo; amigos, familiares, compañeros de afición me hacen disfrutar con el alma el bicampeonato de mis Pumas. La quinta estrellita que obligará a nuestra marca deportiva a quebrarse otra vez el coco para el diseño del uniforme, pero que bien lo vale una vez más con tal de vivir con este equipo, perdiendo o ganando, sufriendo y gozando, disfrutando, anhelando, soñando cada día más. Hoy pronuncio un “Goya” por el fútbol de PUMAS, que es mi pasión. Y es que "cómo no los voy a querer", si son mis pumas, son mi orgullo azul y oro, son mi equipo, y por supuesto, una vez más, son mis campeones.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Mis respetos al que se anime a leer toda la sarta de babosadas futboleras que escribí aquí arriba...

Luis Martínez Álvarez dijo...

La neta sí guey... nomas lei lo de abajo, felicidades puma!

miguel dijo...

yo me lo lei todo jajajajaajaajajjaja...lo es no tener q hacer jajaja
buen blog...